Tiramos bolsos, chaquetas, paraguas y demás al suelo, en un rincón de la calle, y empezamos a correr. Como dos niñas pequeñas. De la mano. Por las callejuelas más oscuras, con la lluvia cayéndonos por la cara y por el pelo. Y luego metimos los pies en un charco y nos empezamos a reír.

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