Está lleno de automóviles que cuentan historias.. Es el cementerio de coches, donde huele a inspiración...
domingo, 28 de noviembre de 2010
Allí donde los coches mueren.
Caramelo con sabor a
fotografías
lunes, 22 de noviembre de 2010
Aquella niña no tenía la habilidad de crear los vestidos más bonitos del reino, ni de hacer cuentas de matemáticas a la velocidad de la luz. Pero con tinta en pluma y pluma en mano, era capaz de escribir los versos más tiernos que jamás se habían leído. Transformaba palabras, simples palabras, en historias que narraban cosas irreales, describían reinos que no existían y contaban todo lo que se podía imaginar.
Aquella niña escribía porque le gustaba, por simple placer, por poder expresar lo que los ojos no pueden ver, lo que el cerebro no puede imaginar.
Las palabras eran su vida.
Aquella niña escribía porque le gustaba, por simple placer, por poder expresar lo que los ojos no pueden ver, lo que el cerebro no puede imaginar.
Las palabras eran su vida.
lunes, 15 de noviembre de 2010
Veinte de noviembre
Aquel veinte de noviembre cumplía dieciséis años. Mis padres se habían ido una semana de vacaciones, y era sábado, por lo que no había colegio. Por la tarde habíamos ido al cine, y después de cenar unas pizzas, nos fuimos los cuatro a mi habitación. Estuvimos jugando a las cartas y hablando hasta las cuatro y media de la mañana. Unos treinta minutos después de apagar las luces, se empezaron a escuchar susurros.
Sujeté por los hombros a Dani, el chico con el que había compartido los momentos más intensos y felices de mi vida.
-Eh... ¿Lo has oído? –susurré.
-Serán Vic y Lau. Ya me entiendes, la tontería de los enamorados –sonrió y jugó con mi pelo.
-Ams...
-No te preocupes, boba. Anda, ven aquí –levantó la manta y me arrimé a él- ¡Estás helada!
-Sí, pero ya no lo voy a estar... –sonreí y me cogió la mano.
La radio-despertador marcaba las 6.25 con una lucecita intermitente. Noté la respiración cercana e irregular de Dani. Me acarició la cara y me preguntó:
-¿No puedes dormir?
-No...
-Yo tampoco. Vámonos –apartó la manta e hizo ademán de levantarse.
-¿Estás loco? ¿A dónde?
-No sé. Vamos afuera.
Caramelo con sabor a
(micro)relatos
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