sábado, 11 de septiembre de 2010

El cuento que escribí con siete años, ahora en castellano

Era un día muy nublado a finales de invierno.
-Me temo que no voy a poder ir al puerto con los amigos -dijo mirando al cielo-. Aunque ahora no llueve seguro que dentro de n rato va a caer una buena...
-No creas. Por mí puedes ir siempre que vuelvas antes de las ocho y media, ya sabes. Además, creo que no lloverá. Solo es niebla.
-Pues si tu lo dices, abuelita, te creeré. ¡Caramelito, podemos ir a pasear al puerto! -el perro dio saltos de alegría por la buena noticia de su ama.


Eran las cuatro y cuarto cuando Sara puso el perro encima de la cestita que llevaba en su bicicleta. Melito movía mucho el rabo: era señal de que estaba muy contento por ir a pasear con su ama. Casi todas las tardes iban a jugar y a correr al puerto. Allí estaban los compañeros de clase de Sara.
La niña separó los pies de los pedales cuando iba cuesta abajo, hacia el puerto.
El puerto era el lugar favorito de todos los niños. Todas las tardes de primavera iban a jugar al parque. Estaba al norte del puerto. Llevaba aquel lugar tanto tiempo siendo su punto de encuentro, que era como una segunda casa. Hasta habían construído una cabaña entre las rocas. El muro norte, que protegía a los barcos del fuerte oleaje, estaba pintado por los alumnos de todos los colegios cercanos, de color azul y verde. El muro oeste, en cambio, quedó de color gris, del cemento. Aquella era una zona peligrosa, ya que las olas rompían con tanta fuerza que ascendían un par de metros por encima del muro.
Sara llegó al parque, pero no había nadie. Decidió dar una vuelta por el paseo, por si estaban en la playa o en la fuente, pero ambos lugares estaban vacíos. Sara nunca viera el puerto tan vacío. Los marineros estaban recogiendo los barcos. Sara escuchó la conversación entre dos viejos lobos de mar:
-¡Ay! La gente se preocupa demasiado. Las previsiones del tiempo anuncian una graaaan tormenta, pero me parece que no va a ser tanta cosa como dicen.
-¡Ya! Que tormenta ni que caracolas...


Sara se olvidara del perro, y ahora estaba chillando como un pájaro.
-¡Caramelito, lo siento! Me olvidara de ti... -Dijo Sara, abriendo la cestita y cogiendo al perro.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Un cuento de cuando tenía siete años.

Era un día moi nuboso de finais de inverno.
- Témeme que hoxe non poderei ir ó porto cos amigos -dixo mirando ó ceo- Aínda que agora non chove, paréceme que nun chisco vai caer unha boa.
- Non te creas; por min podes ir sempre que veñas antes das oito e media, xa o sabes. Amais, creo que non vai a chover. Só é néboa.
- Pois se ti o dis, avoíña, crereite. Meu Carameliño, podemos ir a pasear ó porto!-o can deu saltos de alegría pola boa noticia da súa ama.
Eran as catro e cuarto cando Sara puxo o can enriba da cestiña que levaba na súa bicicleta. Meliño movía moito o rabo: era sinal de que estaba moi ledo por ir pasear coa súa ama. Case todas as tardes iban  xogar e correr ao porto. Alí  estaban os compañeiros da clase de Sara.
A rapaza botou a andar sobre a bicicleta costa abaixo, cara o porto.
O porto era o lugar favorito de todos os rapaces. Tódalas tardes de primavera ían xogar ó parque, que estaba no norte do porto. Levaba aquel lugar tanto tempo sendo o seu punto de encontro, que xa fixeran unha cabana entre unhas rochas. O muro norte, que protexía ós barcos do porto do forte vento do norte, estaba pintado polos rapaces dos colexios. Pintábano tódolos anos en cores azuis e verdes. O muro do oeste, en cambio, quedara ca cor do cemento. Aquela era unha zona perigosa, xa que as ondas rompían con tanta forza que ascendían un par de metros por riba do muro.
Sara chegou ó parque, pero non estaban alí os seus amigos. Decidiu dar unha volta polo paseo, por se estaban na praia ou na fonte, mais alí non había ninguén. Sara nunca vira o porto tan baleiro. Os mariñeiros estaban recollendo os barcos. Sara escoitou a conversa entre dous vellos lobos de mar:
- Ai! A xente preocúpase demasiado. As previsións do tempo anuncian unha gran tormenta, pero a min paréceme que moita leria pero non vai ser tanta cousa como din.
- Xa, que tormenta nin que caracolas! ...
Sara esquecérase do can, e agora chiaba coma un paxaro.
- Carameliño, síntoo! Esquecérame de ti! -dixo Sara, abrindo a cestiña e collendo o can.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Clara

La noche anterior había visto un reportaje en la tele sobre un concurso de belleza. Cuando las chicas piensan en apuntarse, sólo tienen en mente lo bueno: conocer gente, desfilar, ser conocida en medio mundo, pasárselo genial por las noches hablando con las demás chicas,... Pero lo cierto es que a veces se olvidan de ir horas y horas sobre unos tacones de quince centímetros, dormir poquísimo porque tienen que estar hasta tarde en discotecas, cambiarse mil veces de ropa en un solo día, comer cosas que no les gustan, aprenderse varias coreografías en poco tiempo,...


A mí nunca me han gustado esas cosas. Como dicen en mi película favorita, la vida es un **** concurso de belleza tras otro: el colegio, el instituto, la universidad, el trabajo,...
Era una chica tímida y callada, con pocas amigas. Iba y venía del colegio con mi mejor amigo, Saul. En mi pueblo, las mañanas eran monótonas, y a todos nos gustaría quedarnos en casa al ver el cielo nublado amenazando lluvia. Al volver del colegio comía con mi hermana mayor. Tenía diecinueve años y trabajaba de camarera en un bar.