domingo, 15 de junio de 2014

Será el café, será su piel color canela, será la facilidad que tiene para llevarme a otro planeta con un simple roce de sus manos. Será un cruce de miradas de esas que matan, de esas que queman, de esas que dejan a uno hecho polvo. Será que cada tarde estaba en aquella mesa, con su taza de té, su cuaderno y su pluma. De esas que ya no se fabrican. De esas que nadie usa. Solo ella.
Será su forma de sonreír tímidamente cada vez que uno de aquellos ancianos del bar la saludaba. Será que el viento del norte soplaba fuerte y despeinó su pelo trigueño, causando una mueca de falso enfado en su rostro. Será su voz, que calma más que la tila. Será que es como un sueño viviente, como una dama esculpida por un poeta del siglo XX, como la luna en algunas noches de agosto.
Será que aquel vino tenía demasiado alcohol y yo no lo sabía. Será que aquellos gestos me asfixiaban. Será que la admiraba tanto que acabé odiándola por no ser una buena musa. Será el agujero negro que formaban sus palabras en mi estómago. Será ella, sola, desnuda, paseando por la playa en la madrugada. Su cuerpo aparentemente frágil y delicado, pero su cuerpo fuerte, tenaz, luchador, resistente, valiente.
Será que a su lado podía bajar la guardia. Será que a su lado me sentía más seguro que en mi propia casa. A su lado podía parar de protegerme y descansar, que lo necesitaba, que ella era capaz de protegernos a los dos. Será que era como un escudo, como algo que alejaba todo lo malo de nosotros. Que, aunque no lo supiese, el mundo giraba con el tic-tac de su corazón.
Será que aquel día no se despertó. Que su cuerpo amaneció frío, tan frío como las gotas de rocío en el alféizar. Su pelo ya no estaba revuelto como solía estarlo. Que era inútil que el panadero siguiese llamando a la puerta, que ella no se levantaría para abrirle la puerta en camisón y en sonrisa. Que, aquel día, el mundo se apagó con ella. Nuestras vidas se pararon con su respiración.

Será que aún no nos hemos dado cuenta y que seguimos con nuestras rutinas como si nada. Como si ella no faltase entre nosotros. Como si no notásemos su ausencia. Como si no fuésemos conscientes de que el ritmo de nuestros pasos ya no está guiado por el suyo. Que el viento no es el mismo si no mueve las ondas de su pelo, que las olas no son las mismas si no la salpican. Que las farolas del puerto no brillan con la misma intensidad si ella no está, que cuántos barcos encallarán por su culpa. Por culpa de su ausencia. Por culpa de su “buenas noches” sin “buenos días” a la mañana siguiente. Por culpa de que se ha ido y no volverá.

miércoles, 15 de agosto de 2012



Sueño. E imagino. Imagino un tú y un yo tumbados sobre el césped. El cielo está oscuro, pues todavía no ha amanecido. Imagino unas montañas tras las que se esconde el sol, y por las que se asoma unas horas de amistad después. Yo te quiero, y tú me quieres, pero somos cobardes. Y es el sol quien nos da fuerza, y confesamos nuestro amor. Y te amanezco mientras el sol comienza a iluminar nuestro nido, nuestro pequeño nido. Yo te protejo, y tú me proteges, y no existe nada ni nadie que pueda separarnos. Y te amanezco una y otra vez, de noche y de día, sin miedo. Porque el sol nos ha dado esa fuerza, esa valentía, ese soplo de seguridad que faltaba en nuestros corazones y en nuestros labios. Y no existe nada ni nadie que pueda cambiarlo.
(ni siquiera la noche lo conseguirá)

sábado, 3 de marzo de 2012

Rabia que se alimentaba con amor no correspondido.
Rabia que fluía por las venas a doscientos por hora.
Rabia que a veces se escondía detrás de la palabra tristeza. O delante.
Rabia que con un poco de alcohol (o sin él) se transformaba en puñetazos y patadas los sábados por la noche.
Rabia que llegaba acompañada de la Envidia.
Rabia que se volatilizaba al sentir su calor en tu piel.
Rabia.


(Rabia, ésa que tengo yo por no hacer nada productivo durante un mes. No me odiéis demasiado por haber subido esta cosa. Gracias.)

jueves, 2 de febrero de 2012

-¿Era esto lo que querías? ¿Era esto, Tom? Trocitos de corazones rotos pintados sobre papel y noches mágicas que no volverán a suceder. No firmamos un contrato, pero yo creía que nuestro amor sería eterno. Una historia demasiado bonita para ser cierta, ¿no? 
Risa irónica.
-Pues no te preocupes, aquí llega nuestro punto final. Y tenías razón, soy soñadora en exceso y espero demasiado de la gente.
Pausa.
-Ya he recogido todas mis cosas y ya estoy de camino a un lugar en el que me quieren de verdad. Borra mi número de la agenda y quema nuestras fotos de aquel fotomatón del metro. Y esa libreta con nuestros planes de futuro, ¿la recuerdas? Quémala también, por favor. Yo desapareceré de tu vida, lo prometo. No volverás a verme. Me evadiré de tus sueños y de tus pensamientos. Jamás volveré a ser parte de tu rutina. Porque, por mucho que lo intentemos, jamás volverá a ser lo mismo. Hasta nunca, Tom. Espero que la vida te trate tan mal como tú me has tratado a mí.
Botón rojo. Suspiro.

sábado, 17 de diciembre de 2011

¡Holahola!
Antes de nada, quiero pedir perdón por tardar taaanto en subir cosas nuevas, pero como es lógico, los exámenes y trabajos me han abducido durante estos meses. Mi tarro de inspiración está casi casi agotado, por eso hay tan pocos caramelos. Cuando consiga un poco de inspiración más, habrá noticias y sorpresas.
- PROMETO que el día 26 de diciembre (como muy tarde) subiré una foto nueva a mi Flickr. Mientras tanto, esto seguirá casi tan abandonado como hasta ahora.
- PROMETO que próximamente llegarán más noticias de Helen Copperfield (¿os acordáis de ella?)
"Helen no había muerto. Lo intuía. Tenía que seguir ahí, en alguna parte. Y viva."

¡Muchas gracias a todos por ser tan geniales! Siempre conseguís sacarme unas sonrisas enormes. ♥




LUNES, 28 DE ENERO DE 2012:
Siento que mis "próximamente" se vuelvan eternos. Siento que mi blog esté taaan abandonado. Siento que no suba nada desde hace siglos (Flickr, ídem).
Pero mi inspiración está bajo cero. ¡Y tengo ganas de escribir, muchas! Así que espero que todo esto mejore con febrero, e intentaré subir algunas cosas, aunque sean viejas.
¡Besos desde Plutón!

viernes, 28 de octubre de 2011

 Lo peor son las mañanas.
  Me despierto, busco su calor y, ¡bum! Él ya no está. Él ya no está conmigo. Las noches emborronan mi memoria, y me hacen pensar que mi vida comenzó cuando le conocí. Cada mañana, en cuanto abro los ojos, una realidad fría y dura me golpea el pecho y hace que me cueste respirar. A veces tengo tentaciones de suicidarme. No sería la opción correcta y yo no soy una cobarde, así que lo descarto rápidamente. Otras veces, mi cuerpo tiene más fuerza que mi cerebro y me dan ganas de golpear lo primero que se cruza en mi camino.
Pero, la mayoría de las veces, me quedo quieta en una esquina o junto a la ventana.
  Y lloro.
  Y tiemblo.
  Y los dientes me castañean, y me muero de frío a pesar de los 18ºC de septiembre. Entonces viene ella. Sabe que no me gusta que haga tanto por mí, pero ella viene y me tapa con una manta. No me dice nada; a veces me abraza o se queda a mi lado, pero nunca pronuncia una sola palabra.
  Tiene miedo de que cualquier cosa que me diga me recuerde a él y me ponga peor. Muchas tardes las paso sentada en un banco de la estación. Me siento, con una bufanda de lana tapándome la boca, la nariz y las orejas. La gente me suele mirar extrañada.
  Pero mi cuerpo es demasiado débil como para aguantar el frío, y los huesos se me entumecen a los minutos de salir al exterior. Las lágrimas se congelan antes de caer por mis mejillas y decido regresar a mi hogar.
  Y así todos los días. Cada despertar es una decepción. Y un golpe fuerte.
  Porque él ya no está. Él ya no está conmigo.

(Siento mucho no actualizar esto más a menudo, pero el frío ha congelado mi inspiración y desde hace tiempo sólo me salen palabras tan tristes como éstas.)

domingo, 25 de septiembre de 2011

Cuando llegaban los días que Luna llamaba “de caramelo” (porque el cielo se ponía de color piruleta al atardecer), mamá cambiaba las sábanas de franela por las de algodón. Decía que de noche tendríamos mucho calor y que siempre tirábamos las mantas. Abend ya no dormía sobre el edredón, a mis pies. Prefería el suelo de azulejo blanco, que estaba fresquito. Un día, Luna preguntó por qué los deseos se piden soplando a los dientes de león. Mamá no lo sabía, y yo tampoco. Ni siquiera el abuelo lo sabía. Creo que nadie lo sabe. Simplemente se hace y ya está.

Todas las mañanas, Luna y yo salíamos al portal del jardín en pijama, despeinadas y descalzas para recoger la bolsa del pan que el señor Martín, el panadero, dejaba colgada en la puerta. A veces la hierba estaba mojada por el rocío y luego mamá decía que era normal que nos resfriáramos. Después subíamos a vestirnos y lavarnos. El agua estaba muy fría y Luna se escaqueaba a menudo de lavarse la cara. Abend nos esperaba al lado de la escalera y nos acompañaba el resto de la mañana cuando íbamos a pasear.
Pasábamos media mañana en el parque que está al lado del río, ése que tiene un montón de margaritas y dientes de león alrededor. Jugábamos en el columpio, hacíamos coronas con flores, metíamos los pies en el agua y bailábamos en la hierba. A mí me gustaba que Abend se tumbase en mi vestido y a él le gustaba que lo acariciase. Sus ojos verdes brillaban mucho más al sol, y hacían contraste con su pelo negro.
Papá nos llevaba a pescar los domingos. Me gustaba coger los gusanitos y ponerlos en el anzuelo, pero a la vez me daban pena. ¡Pobrecitos! ¡Seguro que duele un montón clavarse un anzuelo! A veces no pescábamos nada, pero nos lo pasábamos muy bien. Una vez, un pez muy muy grande casi tiró a Luna de la barca. Menos mal que papá es muy fuerte y la ayudó. Era una trucha y tenía escamas de colorines. Papá dijo que era una trucha arco iris, aunque yo no entiendo mucho de peces.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Los días no son lo mismo sin ti.
Ni siquiera el sol brilla con la misma intensidad, ni los niños corren y gritan tanto como antes. El panadero ya no me desea un buen día, quizás porque sabe que no lo tendré. Apenas salgo más allá del portal, y bajo sólo para recoger las cartas de Daniela. Las lágrimas se me congelan antes de caerse en el vacío tras deslizarse por mis mejillas.
Mi vida es ahora una película en blanco y negro, y el sonido de la lluvia golpeando las lápidas de granito se ha convertido en mi banda sonora. Han pasado ciento ochenta y tres días desde que duermo sola en nuestra cama. La casa carece ahora de aquella luz y aquel calor acogedor que tú aportabas.
Creo que sé lo que haré ahora: rendirme. Me quedaré aquí, tumbada, sobre los azulejos fríos y blancos como la nieve que se amontona a ambos lados de la puerta, y esperaré a que el aire deje de llegar a mis pulmones.




(Este verano he abandonado a mis caramelos azules y me he centrado muchísimo más en la fotografía (podéis comprobarlo en mi Flickr). Pronto veréis novedades y (bastantes) cambios aquí.)